martes, 1 de mayo de 2012

Mi dulce melancolía...


Buena noche para todos. Como les nombré anteriormente, me es ahora un poco complicado escribir cosas sobre mí o sobre mi experiencia, tanto como lo hacía en mi blog anterior. Igualmente, reiteré mi propósito de volver a hacerlo, así fuera de una manera más sutil o con ciertos disfraces, como lo hago en el pequeño texto que tengo el placer de presentarles.

Su historia es sencilla. Un día, un par de semanas antes de ser hospitalizada la última vez (es decir, hace como un mes y medio), me desperté sumamente deprimida. Más que eso, estaba en un estado semi-catatónico; me era dificultoso moverme, hablar, hasta incluso pensar, y sólo sostenía una cara medianamente seria que denotaba una melancolía infinita: nunca me había visto tener una expresión tan fuerte en ese sentido; se transmitía fácilmente también en la atmósfera. Así que, llegué a la universidad, bastante torpe, como si estuviese soñando (a lo que le llaman un estado de disociación de la identidad, similar a tener múltiples personalidades, algo de lo que también me acusa el doctor), y sin pensarlo tomé mi cuaderno y un lápiz y esto salió con maravillosa naturalidad.

Sé que será difícil de comprender; incluso para mí lo es. La calidad literaria es rara, pero deben tener en cuenta que es un método epistolar. Esto va como una pequeña carta o narración para la mujer de la infinita melancolía, pero vemos cómo se le da un sentido casi místico a estos sentimientos de tristeza, que el narrador los transforma en algo básicamente placentero, sin olvidar el miedo que constituye entregarse sin miramientos a este tipo de sensaciones. 
Sin más, espero logren obtener algo de la energía del escrito, o al menos deleitarse con la simple literatura. 

¿Y, era posible que tu sonrisa melancólico-maniática me produjera tan terribles efectos? No lo sabía, pero ahora puedo asegurar que era real. Estaba acostumbrado a presenciar la sonrisa temerosa y, casi hasta sincera,  con la que tratabas de ocultar tus recurrentes accesos de tristeza (aunque no por esa razón aquel precioso sentimiento y esa bella sonrisa dejaren de ser para mí sagrados), pero, admito, en ese momento entendí y evidencié la hermosura libidinosa de ese rostro melancólico en toda su pureza, en aquella palidez rosa imperceptible, que era lo único que me permitía comprobar que seguías con vida.
Y lo digo así porque, sin necesidad de análisis o meditaciones desgastantes, he aprendido de tu genial filosofía que el ‘’estar vivo’’ no comprende ni el pulso del corazón ni el mediocre funcionamiento del cerebro, sino la medida en la cual pudiere un ser relacionarse directamente con la esencia de su espíritu. Y la tuya estaba perfectamente plasmada en el rostro con el cual me topé en aquel momento y que, ahora, no lograré borrar de mi memoria en ningún momento de la mismísima eternidad.
Digno de admirar en ti, oh, princesa, que tuvieres la valentía de entregarte a aquellos ánimos, de dejarte envolver por la grandeza de aquel alma invadida e inflamada por el ardor de este puro sentimiento, tan incomprendido y rechazado por la mayoría, incluso hasta por mí mismo, que suelo considerarme un ser con alguna carga de sensibilidad.


Y, resalto nuevamente, VALENTÍA, hermosa guerrera, pues en el mundo en que vivimos hoy en día no es ya posible entregarse a tan altos propósitos, pues indica hasta cierto punto desprenderse de las exigencias comunes. Así, vemos personas que, en su afán por ofrecerse a esta ‘’vida paralela’’, pierden y olvidan otros aspectos que, aunque de diferente importancia, son necesarios a quienes ostentamos una humana condición, y es aquí donde estos confunden sus dones y pierden sus preciosos encantos o, ¿qué esperar de un artista del alma quien no es capaz de rellenar ni sus mínimas necesidades? Una muerte lenta y prematura, igual o peor en vergüenza que la de los autómatas deliberados que quise nombrarte con anterioridad.
Es paradójico encontrar tal ánimo de vida en ti, oculto, rodeado de tanta muerte. Pero me atrevo a decir que, incluso si esta terrible realidad fuere solo una pesadilla, la vida y la emotividad perfecta que irradia tu existencia seguirá resaltando y brillando sobre todo nuestro jardín maravilloso. No puedo negar, a la vez, que siento algo de temor. No porque crea que vas a cambiar en algún momento o te contagiarás repentinamente de esa muerte: estoy tan seguro de tu pureza y la siento en tal grado que sé que esto no sería posible; además, tienes la virtud del alma, que, como sabes, está por encima de la del cuerpo, y esto no es susceptible, al menos en alguien como tú (si es que hay alguien que pueda ser como tú), de ser moldeado en ninguna forma; es como si estuvieres hecha  de un acero divino. Aunque tu cuerpo parezca débil, tu espíritu lo compensa, y es allí donde reside la fuerza que, te ruego, nunca olvides.
El miedo que me consume, el temor que me acongoja… ¡No quiero que vayas con ella! ¡No quiero que ella te lleve! Y admito que es por motivos en exceso egoístas, como cualquiera lo podría notar. Verte, placer solamente sensible, y sentirte, sentirte en el reflejo de tu inagotable energía, hasta  tal punto enceguecedora, puramente firme y deliciosa, delirantemente dispendiosa, deseable en todas y cada una de sus agraciadas formas.
Contigo he descubierto el placer en la maravilla del alma, siempre cuando esta se baña en genialidad. No quiero que te vayas y, cuando eso pase, deje yo de sentir lo que siento, aunque tú me asegures que puedo encontrarlo en mí mismo; deliro al sentirlo, alucino al observarlo, pues mi sencillo narcótico está en analizarlo. Y no quiero perderlo, ¡no quiero que te vayas! Sé que cada día surgirán nuevas maravillas dentro de ti, que eres digna de lograr y disfrutar a pesar de los sufrimientos que todo ello pueda generarte. Así, como especie de consuelo encarnado, estaré yo siempre esperando observarte en la delicada plenitud de tu maravilla…


Simplemente, no permitas que te lleve, no te vayas aún, por favor. Te necesito, mi sensibilidad te necesita, mi corazón te necesita. Todo más allá de un límite romántico, pues no te deseo carnalmente ni he buscado durante nuestra historia hacerte mía, como lo has visto bien. Solo te quiero, mi sensibilidad te desea, te necesita para llenarse de valentía; te necesito para saberme vivo, para recordar que hay razones para vivir… para reconocer que hay algo tan hermoso que nunca podré llegar a comprender…