miércoles, 27 de diciembre de 2017

Recíbeme en tu cielo

Una muestra de una pequeña historia que escribo, que se mueve por medio de cartas. He aquí la primera. Todo parte por una corta pero profunda historia de amor que vivió el protagonista, una que de verdad le caló, y el recuerdo de la misma amenaza con destruir su existencia, haciendo de su vida un infierno. Empecemos. 


Sinceramente, no sé qué tipo de maldición me persigue. Lo único que tengo claro es que me estoy enloqueciendo, y todo es por tu culpa.

La vida iba bien, la recibía de buen agrado. No tenía el mejor trabajo pero sentía tranquilidad. No había sido un Don Juan, pero había tenido un par de buenas relaciones sentimentales, con chicas que, si bien no eran modelos de revista, habían sabido hacerme pasar muy buenos ratos y enseñarme algunas cosas de esta vida.

Pero el agua del río tenía que seguir su cauce. Y llegaron malos tiempos.

Sigo sin explicarme en qué momento empezó toda esta caótica experiencia, pero, de algún modo, lo único que tengo claro es que debo escapar. Debo escapar de ti, antes de que pierda el leve atisbo de cordura que resta en mi cabeza.

¿Por qué tuviste que nacer en el mismo mundo que yo? Me lo vengo preguntando hace varios meses ya, desde que entendí que tu presencia y la mía no eran compatibles en el mismo espacio, de ninguna manera. ¿Y cómo pudo llegar esto a suceder? Si en los fugaces instantes que pasamos juntos, en aquel maravilloso e inolvidable tiempo, que se repite en mi cabeza sucesivamente en cada uno de mis sueños, tuvimos ambos la perfecta convicción de que, sencillamente, tenernos el uno a otro, tomarnos de la mano y mirar hacia el cielo, era ya la evidencia de que el paraíso sí existía, y que lo habíamos merecido en la vida terrenal.

Maldigo aquel día en el cual nuestros ojos chocaron sus miradas por primera vez. Vale, lo admito. Al principio no me sorprendió demasiado, era simplemente una nueva experiencia, una nueva persona con la que tal vez hacer negocios o, si era el caso, salir a tomar una copa de vino en días de excesivo cansancio. Nada especial. Nada cautivante.

Por eso me parece más increíble. Porque yo pensé que los amores de la vida llegaban así, a primera vista, y por eso vivía blindado contra todos esos ataques del azar. Al fin y al cabo, lo que yo quería ya para el resto de mi edad madura, era vivir en mi soledad, cansado ya de tanto drama que generaban las relaciones de cualquier tipo. Un desgaste para la vida de cualquiera que tenga un poco de consideración por sí mismo.

Yo te lo había dicho. El año siguiente partiría para Inglaterra nuevamente, a hacer mi vida en un lugar en el que no tuviera ningún recuerdo, ni dulce ni amargo. Vivir libre de ataduras hacia nada, hacia nadie. Y las tierras inglesas me habían parecido perfectas para desencadenar un pequeño aire de no-me-importa.

Y ya es ese año siguiente, 22 de julio, para ser más precisos, y no he sido capaz de comprar mi tiquete para largarme de aquí. Estoy estancado. Estoy maldito. Todo por la ridícula idea de volver a encontrarte en esta inmunda ciudad. Y aun así, no sabría qué pasaría si te volviera a ver; no sé si perdiera por completo la razón o si, súbitamente, recuperara toda la serenidad y el buen sentido que antes me caracterizaba.

Pero ya nada sería como antes. Te habías ido, y me habías marcado con fuego. Habías logrado derramar mi sangre. Ahora estaría atado a tu existencia, y eso no podía significar nada más que devastación.

‘Dejar el orgullo a un lado para no perderla’, me decían las últimas personas que conversaron conmigo al respecto. Ridículo, yo no tenía ningún tipo de orgullo, y bien lo sabes. ¡Lo único que yo había tenido era amor para ti! Después de no entender de qué manera me enredaste en tu existencia, lo único que podía hacer era seguir la danza de tu maravilla. De aquello que pensé que era imposible, y que encontré en la persona menos esperada, en la más diferente.

¡No sé! ¡No lo sé! ¡Dime qué hiciste! Dime por qué lo hiciste, por favor…

Por qué apareciste, me iluminaste, me arrastraste al cielo y me tiraste sin ningún dolor, sin ningún arrepentimiento… y te fuiste.

¿O será que también lo sientes? ¿Será que, además, también eres más fuerte que yo? No podría aceptarlo. Si yo vivo a las puertas del infierno, tendrás que estar cerca también, en algún lugar, sintiendo cómo el dulce olor del azufre te llena y te complace. Porque sabes que perteneces allí, y que, si me condenas, iremos juntos y nos volveremos a ver mientras ardamos en nuestras condenas.

Pero me es imposible despegarme de la otra cara de la moneda. Porque, ¡carajo! Para qué negarlo, si lo más puro y perfecto que sentí en la vida fue el roce cálido de tus dedos; si lo más alentador y delirante era la cercanía de tus labios; si lo más cercano al cielo siempre fue el calor de tu cuerpo, envolviéndome en abrazos que emanaban todo el amor de la tierra; si lo más embriagante de aquella adorable existencia era sentir cuando compartías conmigo la maravilla de tu cuerpo que, en sí, me ató a tu deliciosa mente y a tu ansiado corazón.

Eres un ángel. Un ángel del cielo. ¡Por favor, vuelve a mirarme antes de que pierda el mérito de la existencia! ¡Perdona con tus pestañas mis pecados y devuélveme a mi cielo, a mi existencia contigo, en esta vida, en otra, en este o en otro cuerpo, pero nunca exiliado del misterio que significas para este mundo…!

Pensé que lo había aceptado, que era fácil entenderlo. Las personas eran así: llegaban, tomaban lo que deseaban, y decidían partir en cualquier momento (siempre en el menos indicado). Y pensé ya estar seguro de que tú lo habías hecho igual. Lo había escrito sin pasión; lo había comentado a otras personas con toda la fría razón.

Entonces quedaste sepultada. Lamentablemente, tus restos residían en mi corazón. Por eso, en algún momento me recordaste y vino tu espíritu a atormentarme, a dominar cada una de mis noches y a no dejarme en paz en ninguno de mis sueños. Es una pesadilla constante.

Empecé a sentirme culpable, pues fui yo el idiota que decidió, para pasar un lapso nauseabundo, compartir un cigarrillo con una extraña que ocupaba con ojos vacíos la misma acera que yo, a algunos pasos de mi casa.

¿Por qué lo hice? ¿Por qué te hablé? No sé, sentí que era un pasatiempo, conocer gente, como ya te lo expliqué. No tuve ninguna intención romántica ni erótica contigo, y sólo emanabas frío. Eras un puñado de buenos modales y cero emociones.

Me encantaste. Debía vivir allí, debía conocer las ruinas que poblaban ese corazón.

En fin, creo que el resto serán incógnitas. No sé si algún día vuelvas y respondas a todos estos interrogantes para calmar un poco la tormenta en este mar profundo. No sé si te importara. No sé siquiera si me recuerdas. No sé si tal vez has sufrido un poco desde que me desterraste.

Lo único de lo que estoy seguro es de que también sobrevivo en ti, de alguna forma. Lo siento y lo veo, aunque no haya podido volver a encontrarte. Por eso no he podido partir, ni para Inglaterra, ni para el otro mundo. Tú no me lo permites. Esa es la esencia de mi desgracia.

Odio tu recuerdo.

Estoy enamorado de ti, enteramente. De tu vida, de tu cuerpo, de tu energía.

Lamento estarlo reconociendo en este momento.

Sólo quiero salir de esta incertidumbre. Déjame o amárrame, pero, por favor, vuelve. Quiero recuperar mi vida sin tu recuerdo, o quiero encadenarme por completo a tu ser, sin ningún tipo de miramiento.

Dependo de ti. Ardamos juntos en las llamas de nuestro infierno, y vamos a volar por encima de todos los cielos, triunfantes después de esta batalla apocalíptica. Pero, por favor, recíbeme en tu cielo.

Te espero aquí. Dame una señal.

Tengo vino rosado para compartir. Tengo un beso vehemente para regalarte. Tengo un corazón sangrante para entregarte.

Atentamente,
Aaron.


_______________________
Kátherin Sánchez
27/12/17






viernes, 8 de septiembre de 2017

Discurso de cierre - Por la paz, el perdón y la reconciliación


Discurso de cierre realizado en el marco de la ceremonia de graduación del curso Paz Joven, realizado en Bogotá, D.C., por la Defensoría del Pueblo y el IDPAC, a cargo de la autora de este blog, Kátherin Sánchez:


El ser humano, a través del tiempo y desde su más remota historia, siempre se ha visto enfrentado a miles de diversos problemas, fallas y diversas particularidades dentro de su historia como sociedad.  Siempre el tiempo ha sido instrumento para lograr, desde los más memorables triunfos, hasta innombrables guerras y masacres que han atentado contra la esencia de la humanidad: contra la vida misma y su dignidad.

Es así como nuestra querida Colombia, país lleno de riquezas en su territorio, hermosos paisajes y radiantes soles en toda su grandeza, a pesar de contar con innumerables rincones llenos de vida e ilusión, ha sido cruelmente maltratada por los inclemente paso de la guerra, una guerra que, hasta el momento, ha deshecho los sueños y esfumado la esperanza de millones de personas, niños, familias y comunidades que nunca tuvieron la oportunidad de vivir una existencia en paz, transitando libremente por el territorio de su propio país, expresándose con tranquilidad frente a sus iguales, siendo quienes querían ser en todo momento, sin preocuparse por si su vida peligraría por el simple hecho de querer vivirla.

Con todo el dolor en nuestras almas, tenemos que recordar y reconocer a las generaciones que han vivido todo este tormento. A nuestros padres, a nuestros abuelos, a nuestros bisabuelos, a todos nuestros amigos, familiares y demás que en carne propia han vivido la crudeza de esta guerra. Con lágrimas en los ojos, con rabia y con impotencia el mundo ha sido testigo de cómo suceden tales atrocidades, y hemos visto cómo surge de lo más hondo de los corazones el rencor, la desesperanza, el desánimo, la decepción… el inicio de una guerra que, así, se perpetúa y se vuelve a crear a sí misma, alimentándose diariamente de sentimientos y emociones que sólo están orientadas al dolor, a la tristeza y a la negación intrínseca de aquellos derechos de los cuales somos sueños por el hecho de haber nacido humanos, porque todos somos dignos, porque todos somos iguales.

Es en este contexto en donde nacemos nosotros, los jóvenes de esta generación, algunos de los cuales tuvimos la maravillosa oportunidad de reunirnos en este recinto el día de hoy, guiados todos por la misma idea que retumba en todos los rincones de nuestra mente y nuestro corazón: un fuerte, claro y decidido NO MÁS. Un grupo de voces que, aunque solas en un principio, han tenido la fortuna de unirse y despertar en un grito, un grito de esperanza, ilusión, fortaleza y alegría, así como todos los valores que nos caracterizan por ser los jóvenes protagonistas de esta generación.

Así, aprovecho este momento tan especial para concretar nuestro sueño común: vivir en una Colombia que desborde paz, que rebose alegría, que llene todos sus espacios de amor, que ocupe todos sus rincones con expectativas de un futuro pintado de esperanza, perdón y reconciliación.

No toleramos más el rencor, no queremos más víctimas, no estamos dispuestos a sufrir, ni mucho menos a perpetuar una guerra que no hemos creado. Y que, como compromiso para cada uno de nosotros, como carta de navegación esté definido que ahora vamos a tomar nosotros las riendas, y no para oprimir, sino para liberar. Vamos  a enseñarles a todos con nuestro ejemplo, con nuestra vida y nuestra experiencia, que a las buenas sí se puede, que si regalamos un poquito de nosotros para la causa, el objetivo estará mucho más cerca, más concreto y alcanzable que antes, como lo es ahora, cuando juntos, hemos evidenciado que estas ideas no son sólo fantasías, y que nuestros sueños sí pueden convertirse en realidad.

No aceptamos más la indiferencia, queremos trabajar unidos y para ello la vida nos ha reclutado, porque una voz al unísono no se apaga, porque se escucha clara y firme; porque trasciende; porque no se confunde ni se olvida, y nunca nada ni nadie la puede opacar.


Gracias a todos por su empeño, su compañía, y por ser una estrella en este cielo que, en virtud de ustedes, nunca más va a volverá a estar lleno de oscuridad.