viernes, 8 de septiembre de 2017

Discurso de cierre - Por la paz, el perdón y la reconciliación


Discurso de cierre realizado en el marco de la ceremonia de graduación del curso Paz Joven, realizado en Bogotá, D.C., por la Defensoría del Pueblo y el IDPAC, a cargo de la autora de este blog, Kátherin Sánchez:


El ser humano, a través del tiempo y desde su más remota historia, siempre se ha visto enfrentado a miles de diversos problemas, fallas y diversas particularidades dentro de su historia como sociedad.  Siempre el tiempo ha sido instrumento para lograr, desde los más memorables triunfos, hasta innombrables guerras y masacres que han atentado contra la esencia de la humanidad: contra la vida misma y su dignidad.

Es así como nuestra querida Colombia, país lleno de riquezas en su territorio, hermosos paisajes y radiantes soles en toda su grandeza, a pesar de contar con innumerables rincones llenos de vida e ilusión, ha sido cruelmente maltratada por los inclemente paso de la guerra, una guerra que, hasta el momento, ha deshecho los sueños y esfumado la esperanza de millones de personas, niños, familias y comunidades que nunca tuvieron la oportunidad de vivir una existencia en paz, transitando libremente por el territorio de su propio país, expresándose con tranquilidad frente a sus iguales, siendo quienes querían ser en todo momento, sin preocuparse por si su vida peligraría por el simple hecho de querer vivirla.

Con todo el dolor en nuestras almas, tenemos que recordar y reconocer a las generaciones que han vivido todo este tormento. A nuestros padres, a nuestros abuelos, a nuestros bisabuelos, a todos nuestros amigos, familiares y demás que en carne propia han vivido la crudeza de esta guerra. Con lágrimas en los ojos, con rabia y con impotencia el mundo ha sido testigo de cómo suceden tales atrocidades, y hemos visto cómo surge de lo más hondo de los corazones el rencor, la desesperanza, el desánimo, la decepción… el inicio de una guerra que, así, se perpetúa y se vuelve a crear a sí misma, alimentándose diariamente de sentimientos y emociones que sólo están orientadas al dolor, a la tristeza y a la negación intrínseca de aquellos derechos de los cuales somos sueños por el hecho de haber nacido humanos, porque todos somos dignos, porque todos somos iguales.

Es en este contexto en donde nacemos nosotros, los jóvenes de esta generación, algunos de los cuales tuvimos la maravillosa oportunidad de reunirnos en este recinto el día de hoy, guiados todos por la misma idea que retumba en todos los rincones de nuestra mente y nuestro corazón: un fuerte, claro y decidido NO MÁS. Un grupo de voces que, aunque solas en un principio, han tenido la fortuna de unirse y despertar en un grito, un grito de esperanza, ilusión, fortaleza y alegría, así como todos los valores que nos caracterizan por ser los jóvenes protagonistas de esta generación.

Así, aprovecho este momento tan especial para concretar nuestro sueño común: vivir en una Colombia que desborde paz, que rebose alegría, que llene todos sus espacios de amor, que ocupe todos sus rincones con expectativas de un futuro pintado de esperanza, perdón y reconciliación.

No toleramos más el rencor, no queremos más víctimas, no estamos dispuestos a sufrir, ni mucho menos a perpetuar una guerra que no hemos creado. Y que, como compromiso para cada uno de nosotros, como carta de navegación esté definido que ahora vamos a tomar nosotros las riendas, y no para oprimir, sino para liberar. Vamos  a enseñarles a todos con nuestro ejemplo, con nuestra vida y nuestra experiencia, que a las buenas sí se puede, que si regalamos un poquito de nosotros para la causa, el objetivo estará mucho más cerca, más concreto y alcanzable que antes, como lo es ahora, cuando juntos, hemos evidenciado que estas ideas no son sólo fantasías, y que nuestros sueños sí pueden convertirse en realidad.

No aceptamos más la indiferencia, queremos trabajar unidos y para ello la vida nos ha reclutado, porque una voz al unísono no se apaga, porque se escucha clara y firme; porque trasciende; porque no se confunde ni se olvida, y nunca nada ni nadie la puede opacar.


Gracias a todos por su empeño, su compañía, y por ser una estrella en este cielo que, en virtud de ustedes, nunca más va a volverá a estar lleno de oscuridad. 



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