sábado, 27 de diciembre de 2014

De los designios incomprendidos del amor

...que un día me acosté con tu recuerdo
y desde entonces me levanto en medio de un
charco de cenizas,
como si hubiera dormido sobre un fuego
carnívoro del tiempo.

Baluarte - Elvira Sastre


Saludo nuevamente, de forma libre. No sé si lamento o adoro la sentimentalidad que me da la época de fin de año. Sé que para muchos puede ser genial plantearse metas y objetivos pero para mí no es precisamente así. No soy solamente un ogro que todo lo ve de manera sucia y despreciable, sino que simplemente suelo criticar un poquito (más) casa cosa. Como decía respecto a la navidad, también eso aplica para las fiestas del 31 de diciembre. Un par de propósitos de salud, alegría y éxitos para todos, abrazos, besos y demás. Levantarse unos tres días con esa actitud de lucha y de ‘voy a conseguir lo que me propuse’, y darse cuenta de que en una semana todo volvió a ser igual. Y como que no nació el niño Jesús, y quedaste endeudado hasta la madre y ahora debes trabajar el doble para pagar, o abstenerte de diversión un par de meses para salir del rollo. Y lo mismo con el año nuevo: parece que las uvas que te comiste tal vez estaban en mediana descomposición porque los deseos empezaron ya a quedarse cortos.

¿Y qué puedo decir yo? ¡Basura! Porque todo pertenece a la pereza humana y al maldito idealismo de creer que las cosas se hacen realidad por una leve esperanza o una débil ilusión. Si sabemos que la vida no es así, ¿por qué adquirir ilusiones patéticas? Yo soy una fiel seguidora del sueño y la ilusión, y lo defiendo a capa y a espada, pero del REAL. No del ‘amor perfecto’ que sale de una película de Disney. Porque no es perfecto; porque vivir feliz para siempre es absurdo. Porque el amor perfecto es el amor que contiene todas las luchas, todas las tristezas, las desgracias; el vivir cada día aguantándose al otro (aunque suene mal) y gozando con cada uno de sus pequeños detalles. No necesariamente esperando un ramo de flores, ni una serenata. Una sonrisa todos los días es suficiente… es necesaria. Saber que la otra persona está allí, con sus errores, sus alegrías, sus tristezas, sus maravillas. ¿No es eso un amor perfecto? Saberse amado en su totalidad y saber amar en la misma. Es a ese sucio idealismo al que culpo de que tantas relaciones fracasen hoy en día, y hasta de tantos embarazos prematuros. Al primer: ‘te amo, eres la persona más hermosa que he conocido en mi vida’, o frasecitas baratas como esas, dictadas a dos o tres meses de relación, resulta que siempre sale alguien lastimado. Uno, dos, o más, pero salen lastimados. De 5,  de 13, de 17, de 20, de 50, pero salen lastimados. Comprometerse a amar a una persona no es comprometerse a hacerle el amor todas las noches y producirle un orgasmo para al otro día mirarlo con cara de asco, llenarle de insultos y resaltar todos sus hermosos defectos desde la primera hora del día hasta la noche, y si es posible también en la madrugada. ¿Para qué, para qué carajo te vas a comprometer a pasar el resto de tu vida con alguien, para qué le vas a jurar amor sólo a él/ella si no tienes la intención, o si no vas a ser capaz? Puede que haya personas que se recuperen en una semana de una ruptura amorosa, sea noviazgo, matrimonio o relación abierta de cualquier tipo. Pero ha vemos otros que hacemos parte del desgraciado grupo al que se le abre el corazón en mil pedazos y le sangra cada vez que llora, cada vez que le recuerda. Y dura años en curarse, muchos años. Y las cicatrices quedan, y aunque no se ven bonitas, constituyen un hermoso recuerdo cuando uno finalmente lo supera y dice con orgullo: ‘yo lo daba todo por él/ella, ahora entiendo lo que es el amor’.


Y, precisamente al venir por esta rama (porque me encantan las ramas, sobre todo las que tienen nidos, pajaritos, hojas grandes y pequeñas, y que a veces hasta amenazan con romperse y llevarme en un segundo al suelo), recuerdo que hace unos 8 años ya, siendo principiante con las letras, aunque lo suficientemente madura para hacer escritos contundentes, hice un texto para una gran amiga en aquellos tiempos, para ayudarle a superar una ruptura amorosa; me dolía mucho verle en ese estado, y no era lo suficientemente expresiva para ayudarle a superar su dolor (la gente siempre requiere abrazos, cariños, y cosas por el estilo que yo no tengo en cantidad). Así que le di ese pequeño regalo, que fue a su vez especial para otras personas que pasaban por la misma situación. Hoy en día estoy haciendo este pequeño escrito en memoria mía y de mi corazón roto, aplastado, destruido, asfixiado; pero a su vez altivo, orgulloso, y cada día más grande y más valiente, y a su vez, el de otras personas que han pasado por duras situaciones y han sabido salir con su corazón puro e invicto. Creo que así deben ser los soldados en guerra. Pasan por terribles situaciones y, si tienen la fortuna de volver a su patria, a su hogar, estarán orgullosos de contar a sus hijos, a sus nietos, y a todo el que se interese, el motivo por el cual cuentan con heridas que han desfigurado la armonía de su cuerpo, o han hecho más difíciles las acciones que, para cualquier otro, son comunes y corrientes.

En el momento presente, que por fortuna y por desgracia es fugaz, me enorgullezco al decirles que soy feliz. Resalto: frente al momento presente. Esto no liga de ninguna manera a mi futuro, y no sé de qué manera se relacione directamente con mi pasado. El tiempo no constituye los acontecimientos con su simple devenir, pues se requiere de la voluntad y la experiencia de la persona para hacer de los hechos infortunados o propicios. A la vez, cabe decir que no todos los hechos son percibidos de igual manera por cada persona. Así como a algunas personas detestan el brócoli, hay otras que pueden comerlo sin sentir agrado, y hay otras para las que constituya una verdadera delicia. Asimismo, hay personas que son más sensibles al rechazo que otras; hay algunas personas que viven del qué dirán y buscan deslumbrar, así como hay otras que prefieren la humildad y la reserva. En algunos casos son modos de vida, en otros, son predisposiciones anímicas o hasta naturales. Por tanto el prejuzgamiento me parece un camino sumamente erróneo. Mi lector recordará experiencias personales en las que le hayan subestimado por no contar con determinada habilidad o con algún conocimiento. Bien sabemos que no es parte de nuestra voluntad el incurrir en ello, y sabemos igualmente (o tenemos que saber) que esto no nos demerita como personas en ningún sentido, aunque así nos lo quieran hacer ver ocasionalmente. Somos juzgados por hablar (fastidioso), por no hablar (tímido); por agradecer (‘lambón’), por no agradecer (maleducado); por beber (borracho), por no beber (aburrido); por salir (vagabundo), por no salir (retraído). Las etiquetas son infinitas, y más que quejarnos por ello, debemos estar preparados para soportarlo y no dejarnos afectar.


Volviendo al núcleo del asunto, de mi felicidad al momento actual y de la relatividad del tiempo, les narro, mis queridos lectores, que una nostalgia y una tristeza excepcional me asedian. Ahora. No me sucedía ayer, y espero que tampoco mañana (pero sé que así será el 31 de diciembre porque lo volveré a recordar, y lloraré así no quiera y sentiré una mezcla de sentimientos que me es siempre tan preciada, y, lamentablemente, hasta vergonzosa). A veces no entiendo por qué la he embarrado tanto en la vida. He sido tan paciente, tan ilusa, tan confiada, tan dependiente… ¡tan ridícula! He llegado a la conclusión de que uno se busca lo que se merece. Aunque, sinceramente, creo que la vida se ha encargado de ser extrema en mi caso (tal vez estoy hecha de un material muy resistente). No sé cómo justificar el hecho de haber confiado en una persona sin conocerla. No sé cómo explicarme el hecho de haber permitido que mi dignidad se desapareciera en pos de buscar un amor que no existía. Recaí en un idealismo extraño, fuera del común, pero aun así estúpido. ¡El ‘creer’ en una persona constituye un riesgo demasiado fuerte! Si a veces es hasta difícil creer en uno mismo, ¿cómo creer en una persona de la cual no conoces ni el 10% de su historia? Yo también caí. Me dejé engañar por una cara bonita y a los tres meses de un ‘me gustaría poder pasar el resto de mi vida contigo; eres tan hermosa, tan perfecta… la mujer que pensé que nunca sería posible encontrar’. Es que el encaprichamiento es una cosa brutal, y sobre todo si uno se mete con una persona que tenga dotes de buen hablador. Y, como no todo puede ser fatal, y no todo en los demás es tan terrible, a veces las mentiras se vuelven verdaderas. Y con el tiempo uno se encariña más con los actos que con las palabras. Claro, estas no dejan de ser un plus, porque, al menos uno de mujer (no sé cómo será el asunto con los hombres, porque he tratado de dilucidarlo pero se muestran muy reservados a confiarlo) tiende a derretirse lentamente después de que le hacen un cumplido tierno y bonito… yo estoy acostumbrada a quedar deshecha por el piso después de unas palabras bien dichas (y no de tristeza, claro está), aunque, por alguna razón desconocida, el tiempo me ha hecho un poco fría, pero trato de resistirme a ello para que no me signifique una dificultad. Como decía, luego fueron los actos los que terminaron mostrándome que era una buena opción haber confiado. Saber de una persona que vivía en sentimientos similares a los mismos, y que por tanto conocía mi mundo, era un punto muy a favor. Saber que era una persona que no me criticaría por mis sentimientos ni mis emociones, porque entendía perfectamente que eran reales; que no me las producía por capricho, que no venían cuando yo las llamaba, sino cuando ellas quisieran. Él también lo sentía. No tan fuerte ni tan frecuentemente como yo, pero vivía ese mundo. Ambos habíamos llegado a tocar fondo, y sabíamos lo que se sentía ese horrible hueco, y lo que significaba el volver a levantarse, y entonces tratar de mantener la mirada lo más alto posible, y los sueños por encima de todas las nubes, para no tener que volver a perderse en aquellos pasados espantosos… esos que todos se negaban a entender. El hecho de sentir que nunca sería juzgada por él, me daba un enrome respiro porque al fin tendría alguien que entendería, incluso sin hablarle.

Y pasó un tiempo maravilloso de añoranzas, de alegrías y de sueños indescriptibles. La felicidad era mía: yo hacía la felicidad. Así como yo hacía la tristeza cuando sentía que algo malo pasaba con él: tal vez que estaba distante, nervioso; tal vez impaciente, melancólico; tal vez cuando sentía que en su alma había algo que yo no podía descifrar. Y, la tristeza era inicialmente suya, pero se convertía también en mía, y llegaba a veces a atormentarme más que a él. Y, no sé si tengo cierto instinto adicional en mi humanidad, pero entonces sentí que había algo que no encajaba. Y pensaba, analizaba… reunía hechos, palabras, acciones. Algo no estaba bien, y ese algo no era yo.


Indefectiblemente, preferí no hablar porque no tenía pruebas fehacientes de que en realidad algo malo sucedía. Hasta llegué a acusarme de padecer simplemente alguna psicosis pasajera a causa del estrés o de la tristeza, pues por estos tiempos mi situación médica empeoraba bastante, así que no sería raro que mi cabeza estuviera inventando todo y tratando de dañar mis sentimientos y aplastar mi relación, como ya estaba acostumbrada a que sucediera. Siguieron existiendo muestras de afecto ilimitadas, el mismo ‘amor’ y la misma ternura a la que estaba ya acostumbrada (y no por ser costumbre era algo malo, pues este es el éxito de esas acciones, siempre y cuando no se pierda la intención ni el buen recibimiento). Flores, notas, canciones… todas esas cositas que son siempre tan impresionantes y que impactan el corazón de una persona sensible. Pero ya no podía más… ya era tarde. Y no era mi culpa, pero tampoco era culpa de él.

Se acabó. Se venía acabando pero tuve que ponerle pronto un final definitivo para acortar los sufrimientos: el mío, porque estaba dando fin a algo en lo que vi un futuro eterno; el suyo, porque yo tenía una duda de esas que matan el alma, y él no podía seguir amándome mientras yo no pudiera obtener una respuesta.

Recibí una despedida inesperada, como de esas de adolescente indignado: ‘no te quiero volver a ver, déjame en paz’. Para una persona adulta me pareció bastante patético, pero finalmente me dolió, pues pensé que sería más reflexivo. Perdí todo contacto con él. Siguiendo su instinto adolescente (pues lo hizo por orgullo solamente), me eliminó de todas sus redes sociales, claramente. Los adolescentes no quieren ver a sus novias otra vez en la red (aunque pueden actuar como stalkers). Pasó pronto, lo admito, puesto que para mí había empezado a morir más pronto. Y lo hubiera dado por terminado antes, pero siempre existía en mí una pequeña esperancita de poder saber qué estaba sucediendo, pero no lo logré.

Asimismo, meses después recibí una llamada. Y meses después, otra. Lo mismo. Y muy desconcertante y evidentemente desgarrador para mí. Después de dar paso a la ‘dignidad’, volví finalmente a verlo librado de ésta. Sus palabras no puedo revelarlas, mas sí puedo decirles que, al final, su voz siempre se entrecortaba y era fácil determinar que lloraba. Yo quedaba paralizada. Con un nudo en el corazón y en la garganta. Incluso, en este preciso momento estoy sintiendo esa misma sensación. Me duele el pecho. Me tiemblan las manos y estoy fría. Otros meses después estuve más fría aun. Por desgracias de la vida conocí la noticia de que su vida se había terminado. Sí, ahora era habitante de otro universo… se había ido ya de aquí. Y se retorció mi alma y mi corazón y mi cuerpo también al saberlo. No me fue concedido el deseo de verlo y darle un abrazo; de verlo a la cara. Ahora era un hecho que este sería solo un deseo que nunca se cumpliría,  nunca, en todos los años, pocos o muchos que me quedaran de vida. Y eso me partía el corazón, porque yo estaba sinceramente agradecida por su presencia en mi existencia, y por lo que llegó a significar para mí a pesar de como finalizó la historia. Y fue entonces cuando encontré una razón para poner entre comillas el amor, como ven a lo largo del escrito. No me es dado decirles el cómo, pero finalmente descubrí que yo no era el ‘amor’. Que, si lo fui, lo fui a escondidas. Que, si yo era la mujer soñada, había otra que estaba estropeando aquel idilio. Había otra mujer, otra que era ‘oficial’. Y yo no lo era. Nunca lo había sido, y nunca me había dado a la tarea de fijarme en ello. Pero es que no soy persona de desconfianzas, y cuando las hay, ya no puedo seguir siendo la misma persona. No creo que fuera un sexto sentido, pero simplemente uno aprende a percibir a las personas en cada uno de sus detalles, de sus gestos, de sus armonías y desarmonías, y precisamente por ello, supongo, fue que al final terminé por tomar la decisión de claudicar, aunque pareciera poco digno. Y mi duelo fue entre tristeza por su partida y decepción por su traición. No podía creer ni una ni otra cosa: posiblemente estaba soñando otra vez y podría despertarme y ver que todo era ‘normal’ (a veces creo que abuso de las comillas).


Nada más digno que saber que era real. Y tener que tragarme esa pena que nadie quería escuchar. Mi madre fue un buen apoyo, claro… pero ella no sabe sino la mitad de la historia. Quienes me conocieron enamorada y viviendo mi vida en pos de ese sueño, partieron (o fueron expulsados) en ese lapso, y no tuve entonces a quien contarle el final de la historia, ni de quien esperar un firme abrazo de consuelo. Degustar amores dulces y tragar penas amargas: para eso estaba hecho mi corazón. No para medias tintas, nunca. Puedo verme como una persona extremista por mi forma de pensar, por mis acciones, por la narración silente de mi vida, pero no puedo y no tengo un propósito de cambio. Ese es el sabor de mi existencia, es la inspiración de mis letras. Es la salida sonora de mis enmarañados pensamientos, de mis lágrimas perdidas y mis sonrisas calladas.

Es esta una de las historias que puedo contarles, y que merece ser contada. No me reclamarán violación a la privacidad porque ahora es un patrimonio que me pertenece exclusivamente, pero igualmente traté de ser lo más respetuosa posible, y conservar la abstracción para no develarme sobremanera. A él le hice muchos pequeños homenajes; este blog está lleno de ellos. Por él mi bolígrafo escribió hasta altas horas de la noche, y mi inspiración sufrió un avance hermoso hacia ese campo inagotable del amor. Sin comillas. El amor que se busca y se espera en realidad es el que se hace todos los días; del que uno nunca se arrepiente. El que sabe que el pasado existió; que puede llorar con él, pero que no por ello arruina su presente ni ve derrotado su futuro, sino que, al contrario, imagina para él aún más grandes maravillas, puesto que, entre más hondo ha sido el abismo, el cielo se hace más grande y cercano. Porque el temor a las heridas y a las derrotas se pierde al final de cada batalla.  
Victoria y muerte del cónsul Decio Mus en batalla - Peter Paul Rubens (1617)


Posdata: terminando el discurso introductorio, no les deseo un feliz año,  mis queridos lectores. Les deseo un año lleno de oportunidades para avanzar, para luchar, para conocerse a ustedes mismos y, con madurez, estar preparados para cada prueba que les traiga la vida. No necesariamente les deseo felicidad, pero les deseo sí satisfacción y orgullo para avanzar después de cada tropiezo y angustia que se presenten en sus vidas. Al fin y al cabo, estamos hechos de ello y para ello. La felicidad no viene en un empaque de regalo. Preparen sus espadas, pongan la frente en alto, y luchen por tan preciado tesoro, con la inmensa maravilla que en sí significan sus vidas.  

viernes, 26 de diciembre de 2014

¡A la carga!

Me cargo de balas y continúo mi vida. Mi fuerza no está en la violencia. Mis balas no hieren el cuerpo, pero sí penetran el alma.



Me era indispensable e ineludible la idea de volver a reportarme literariamente. He perdido últimamente, si no las ganas de escribir, sí un poco el deseo de ser descubierta. Los últimos tiempos de mi vida han sido difíciles. Siempre lo son, mas estos han estado dotados de una extrañeza que no puedo describir. Aunque mi esencia nunca ha cambiado, como es normal en el ser humano, hay algo diferente en mi atmósfera; en la mía propia, no en lo que me rodea (bueno, también, pero no es lo fundamental). Antes me placía contar mi experiencia y enseñar con ella a la gente, o al menos divertirla. Ahora me cuesta trabajo… no puedo siquiera contarme a mí misma las cosas en un pedazo de papel, y cuando lo intento, siempre va a parar a la basura. Y definitivamente no me siento orgullosa de eso, pero no sé qué ha sucedido en mi interior para que me encuentre tan reacia a compartirme, a los demás y a mí misma.

Es algo que venía detectando desde hacía casi dos años, pero se reafirmó y se aseguró en el curso de este año. Pero no puedo negar que, se vincule o no a ello, me siento mucho mejor que en tiempos anteriores, y eso es algo que puedo decirles y me enorgullece. Bueno, no es que tenga cosas que ‘no puedo decir’, pues al fin y al cabo secretos tan ocultos no tengo, pero simplemente hay cosas que, tal vez, me hacen sentir ridícula a mí misma. Es algo que no he podido vislumbrar hasta el momento, pues constituye una lucha interna, que a su vez se convierte en una lucha con los demás, con mi vida y el entorno en general, así que mejor ese asunto quedará para cuando esté resuelto.

Seré objetiva y luego volveré a dar paso a la subjetividad, para traer un poco de orden y dejar de divagar (al fin y al cabo esto no es un ejercicio personal sino una muestra literaria, y que está basada en la vida real). Resulta que recibí el año 2014 un poco motivada (sólo un poco), ya que en el sentido académico las cosas iban por buen camino. Iba a empezar una maestría, sin siquiera haber terminado el pregrado (cabe resaltar, era estudiante de Derecho). Aun así me sentía un poco triste, pues no encontré el apoyo necesario por parte de mi padre, y una de las razones más grandes por las que había tratado de obtener ello había sido por agradarle a él. Esa ha sido una de las grandes razones de mi vida, pero lamentablemente, incurrir en ello es muy complicado. Así que tuve un pequeño lío mental por eso, pero logré convencerme de que, de ahora en adelante, el objeto de mis acciones sería simple y sencillamente YO: agradarme a mí misma, quererme a mí misma. Al fin y al cabo, he tenido siempre enormes problemas de autoestima (y no porque sea muy alta, claro está).  Pero, aun así, como les acabo de decir, fui enormemente desdichada.

Empezaron los tiempos académicos, que fueron los tiempos más predominantes durante este año. Desgraciadamente estaba bastante golpeada por los acontecimientos de la vida, y empezaba a enfermar gravemente otra vez (sí, enfermo frecuentemente… mi cabeza no es la más común de todas, y manejarla ha sido todo un reto para mí y para mis allegados). Hacía un año no iba al hospital, y no quería ir otra vez. Así que hacía todo el esfuerzo posible, aunque nadie se diera cuenta, y cada mañana trataba de volver a la lucha. No me era posible siempre. A veces pasaba días enteros sin fijarme ni un segundo en mi existencia… no quería, no podía hacerlo, pues eso me significaría un retroceso aun mayor del que ya encontraba. No puedo narrarles un registro similar para darles idea de lo que sentía en ese momento, pero, para hacerlo breve, estaba deprimida… gravemente deprimida. Pero seguía en el mundo de los normales, porque no quería, en mi vocabulario, ‘fracasar’ (para mí el fracaso es el hospital, además de la pesadilla).

Tuve enormes problemas con mis pocas personas cercanas precisamente por mi cambio de ‘paradigma’, que cada vez se presentaba más claramente. Mis anteriores años habían sido parte de una constante dependencia sentimental hacia la gente que me rodeaba, y en un momento simplemente dejé de hacerlo, ya que empecé a tener dignidad y a darme cuenta de que yo sola era suficiente. La primera expresión de ello, en general, fue tal vez muy hosca y grosera. Pero estaba enojada. Verme en una situación de ‘necesito de esa persona’ era patético, y yo estaba muy furiosa conmigo y con todo el mundo, por obvias razones. Esa necesidad nueva de dignidad y de amor propio me llevó a adoptar muchos cambios en mi personalidad que fueron malinterpretados por mis personas allegadas. Pero me sentí bien al empezar a implementarlo… al menos bien por haber tomado una determinación que era acertada en la teoría de la vida. Y que se fuera al carajo todo aquel que se creyera indispensable. Y pasó, claro... hubo bastante problema por ello. Y mi desdicha creció enormemente al ver que los problemas aumentaban en vez de disminuir. Pero ya no había nada que pudiera hacer cambiar mi determinación: mi vida estaba por delante. Si los demás querían cooperar, estaba bien. Si no, la ruta de salida estaba bien marcada. Es la que siempre ha estado mejora definida, pues la de entrada siempre se notaba muy borrosa, y ahora, más que eso, está como… resbalosa. Aunque no me considero una persona odiosa o antipática (así como me suelen considerar, y que hasta bonito me parece, porque amo como me prejuzgan y poder regocijarme en la estupidez de la gente ¡maravilloso! Y no es un sarcasmo, en serio me parece algo bonito, porque constituye observación social, constituye experiencia, y eso es lo que más me gusta de mi vida), es cierto que he cerrado muchísimo las puertas a la gente. Antes me gustaba agradar, y era parte de mi diario vivir el querer ser aceptada y todo eso… el no ser rechazada (ha sido, o fue el monstruo más grande de toda mi vida, desde que tengo memoria). Ahora me importa un soberano pepino (por no decir una expresión más agradable y grosera que me encanta) agradar o encajar en ningún lugar. No es una opción mediocre ni por descarte. Simplemente me siento feliz en mi mundo. En mi diferencia; bajo mis propias reglas. Llámenlo como quieran; si les gusta: en mi enfermedad. Pero, por favor, déjenme en paz J

Creo, por tanto, que la conflictividad interna que tenía conmigo misma se ha ido reduciendo en un porcentaje enorme. Pasaron los meses y la gente (la que me quiera, el resto me vale una m*erda), aprendió a tolerarme tal y como soy… aunque es cierto que a veces les cuesta trabajo. Mi inestabilidad emocional es difícil, y siempre lo será. Los cambios abruptos y todo ello siempre da lugar a que, ocasionalmente, haya una que otra molestia. Pero, sinceramente, hago lo posible para tratar de no molestar a nadie. Al respecto, una de las novedades personales que tengo es que, después de 7 años de medicación, decidí dejarla. Es una parte de mi declaración de independencia. Además, le declaré la guerra a la psiquiatría, por ser una disciplina enteramente subjetiva y etiquetar a la diferencia humana como enfermedad para mantener una especie de control social. Y yo no estoy dentro de los iguales, pero tampoco soy una enferma. Al carajo los diagnósticos. Yo soy quien soy y no me importa. Fue un proceso duro… por alguna razón mi cuerpo generó dependencia a un medicamento que no la genera normalmente, y me costó mucho trabajo salir de ahí. Pero lo hice. Y recibí regaños de los médicos por la inconveniencia de mi decisión, pues se supone que mi tratamiento tiene que ser, nada más y nada menos, de por vida. Y duré dos meses manejándolo a mi modo, sin uno sólo calmante externo más que mi propia voluntad; llorando uno que otro río a ratos y soltando toda la alegría que podía, cuando así era liberador para mí. Estaba muy feliz. Pero finalmente… hace una semana aproximadamente, por consejo de mi familia y de varios profesionales, tuve que volver a entrar en ello. Dosis baja, en suposición. Pero no puedo arriesgarme a seguir estudiando y correr el riesgo de una recaída. Recaída significa hospital. Hospital significa perder el semestre. Perder el semestre significa perder el dinero. Perder el semestre significa no graduarme pronto. Y debido a que la recuperación es lenta, será mucho tiempo que perderé en mi búsqueda de trabajo. Todos estos factores me llevarían a una depresión enorme y a mayor medicación. Tuve que hacerlo. Por ahora, seis meses más de esclavitud. Lloré impresionantemente por tener que tomar esa decisión, pero necesito prevenir un riesgo sumamente grande y que sería totalmente destructivo para mí y mis planes a futuro. A veces hay que sacrificarse un poco…

Como iba diciendo, con los meses cambiaron las cosas. A mitad de año tuve la noticia de que, afortunadamente, iba a recibir mi grado como abogada. Eso significaba también que podría seguir estudiando mi maestría. ¿Qué mejor noticia? La  alegría me embargaba y, ni decir a mis seres queridos. Fue un viaje supremamente largo y duro para todos nosotros. Demasiadas tristezas, esfuerzos y lágrimas en ese recorrido. Me vieron sufrir y sufrieron conmigo. Me vieron ser rescatada del fin de mis días, y ellos me rescataron también, y me ayudaron a volver a vivir. Y a vivir de una manera más bonita que antes. Ya no bebo. He tomado una opción de vida casi que abstemia. Por mi salud y por decisión personal. Me gustan los retos, me gusta lo que realmente significa algo importante. Es fácil emborracharse hasta perder la cabeza, y seguirlo haciendo tres días seguidos. Es difícil apartarse de ello y aprender a pasar una buena farra con uno mismo, sin necesidad de estimulantes externos. Aprender a vivir conscientemente es mi opción de vida, y me encanta. No voy a decir que no me gusta tomarme un vino (porque es una delicia) ¡o una deliciosa cerveza helada! Pero de ahí a perder la cabeza hay un enorme trecho y un resultado que no apetezco.


Así, después de 6 años (que, finalmente, no fueron mucho tiempo, comparado con el recorrido tan tenaz que tuve) obtuve mi título. Seguí sorteando las dificultades y manejando mi novedosa personalidad con un poco de extrañeza, pero con todo el poder que tenía. Seguí estudiando, y lo hice considerablemente mejor a como me resultó el semestre anterior. El núcleo de mi vida se ha ‘reducido’ (valga la expresión, no es por desprecio) a la academia. Actualmente trabajo empeñadamente en mi tesis, en una publicación para el año próximo, y en varios artículos para revistas especializadas. La literatura sigue alentándome, pero la producción de este año fue pésima. La lectura también quedó un poco abandonada, pues ahora mi campo de interés ha crecido enormemente hacia mis estudios (se nota el avance), y es que, ¡qué bonito es amar lo que uno hace! Y amar lo que uno tiene, y lo que uno es. Y no tener la necesidad de andar gritando a los cuatro vientos mis éxitos, mis logros. Porque soy simplemente lo que ustedes pueden ver, o lo que puedan imaginar quienes se detengan a ver este pequeño repertorio. No me interesa parecer una persona inalcanzable o inmaculada, ni la más estudiada ni la más perfecta. Solamente un ser humano como cada uno de ustedes, con sus errores y sus aciertos, con sus anhelos y sus fracasos. Es lo que somos y lo que siempre seremos, y la ilusión es por lo que siempre viviremos. ¡No olvidemos alentarla cada día de nuestras vidas!