viernes, 26 de diciembre de 2014

¡A la carga!

Me cargo de balas y continúo mi vida. Mi fuerza no está en la violencia. Mis balas no hieren el cuerpo, pero sí penetran el alma.



Me era indispensable e ineludible la idea de volver a reportarme literariamente. He perdido últimamente, si no las ganas de escribir, sí un poco el deseo de ser descubierta. Los últimos tiempos de mi vida han sido difíciles. Siempre lo son, mas estos han estado dotados de una extrañeza que no puedo describir. Aunque mi esencia nunca ha cambiado, como es normal en el ser humano, hay algo diferente en mi atmósfera; en la mía propia, no en lo que me rodea (bueno, también, pero no es lo fundamental). Antes me placía contar mi experiencia y enseñar con ella a la gente, o al menos divertirla. Ahora me cuesta trabajo… no puedo siquiera contarme a mí misma las cosas en un pedazo de papel, y cuando lo intento, siempre va a parar a la basura. Y definitivamente no me siento orgullosa de eso, pero no sé qué ha sucedido en mi interior para que me encuentre tan reacia a compartirme, a los demás y a mí misma.

Es algo que venía detectando desde hacía casi dos años, pero se reafirmó y se aseguró en el curso de este año. Pero no puedo negar que, se vincule o no a ello, me siento mucho mejor que en tiempos anteriores, y eso es algo que puedo decirles y me enorgullece. Bueno, no es que tenga cosas que ‘no puedo decir’, pues al fin y al cabo secretos tan ocultos no tengo, pero simplemente hay cosas que, tal vez, me hacen sentir ridícula a mí misma. Es algo que no he podido vislumbrar hasta el momento, pues constituye una lucha interna, que a su vez se convierte en una lucha con los demás, con mi vida y el entorno en general, así que mejor ese asunto quedará para cuando esté resuelto.

Seré objetiva y luego volveré a dar paso a la subjetividad, para traer un poco de orden y dejar de divagar (al fin y al cabo esto no es un ejercicio personal sino una muestra literaria, y que está basada en la vida real). Resulta que recibí el año 2014 un poco motivada (sólo un poco), ya que en el sentido académico las cosas iban por buen camino. Iba a empezar una maestría, sin siquiera haber terminado el pregrado (cabe resaltar, era estudiante de Derecho). Aun así me sentía un poco triste, pues no encontré el apoyo necesario por parte de mi padre, y una de las razones más grandes por las que había tratado de obtener ello había sido por agradarle a él. Esa ha sido una de las grandes razones de mi vida, pero lamentablemente, incurrir en ello es muy complicado. Así que tuve un pequeño lío mental por eso, pero logré convencerme de que, de ahora en adelante, el objeto de mis acciones sería simple y sencillamente YO: agradarme a mí misma, quererme a mí misma. Al fin y al cabo, he tenido siempre enormes problemas de autoestima (y no porque sea muy alta, claro está).  Pero, aun así, como les acabo de decir, fui enormemente desdichada.

Empezaron los tiempos académicos, que fueron los tiempos más predominantes durante este año. Desgraciadamente estaba bastante golpeada por los acontecimientos de la vida, y empezaba a enfermar gravemente otra vez (sí, enfermo frecuentemente… mi cabeza no es la más común de todas, y manejarla ha sido todo un reto para mí y para mis allegados). Hacía un año no iba al hospital, y no quería ir otra vez. Así que hacía todo el esfuerzo posible, aunque nadie se diera cuenta, y cada mañana trataba de volver a la lucha. No me era posible siempre. A veces pasaba días enteros sin fijarme ni un segundo en mi existencia… no quería, no podía hacerlo, pues eso me significaría un retroceso aun mayor del que ya encontraba. No puedo narrarles un registro similar para darles idea de lo que sentía en ese momento, pero, para hacerlo breve, estaba deprimida… gravemente deprimida. Pero seguía en el mundo de los normales, porque no quería, en mi vocabulario, ‘fracasar’ (para mí el fracaso es el hospital, además de la pesadilla).

Tuve enormes problemas con mis pocas personas cercanas precisamente por mi cambio de ‘paradigma’, que cada vez se presentaba más claramente. Mis anteriores años habían sido parte de una constante dependencia sentimental hacia la gente que me rodeaba, y en un momento simplemente dejé de hacerlo, ya que empecé a tener dignidad y a darme cuenta de que yo sola era suficiente. La primera expresión de ello, en general, fue tal vez muy hosca y grosera. Pero estaba enojada. Verme en una situación de ‘necesito de esa persona’ era patético, y yo estaba muy furiosa conmigo y con todo el mundo, por obvias razones. Esa necesidad nueva de dignidad y de amor propio me llevó a adoptar muchos cambios en mi personalidad que fueron malinterpretados por mis personas allegadas. Pero me sentí bien al empezar a implementarlo… al menos bien por haber tomado una determinación que era acertada en la teoría de la vida. Y que se fuera al carajo todo aquel que se creyera indispensable. Y pasó, claro... hubo bastante problema por ello. Y mi desdicha creció enormemente al ver que los problemas aumentaban en vez de disminuir. Pero ya no había nada que pudiera hacer cambiar mi determinación: mi vida estaba por delante. Si los demás querían cooperar, estaba bien. Si no, la ruta de salida estaba bien marcada. Es la que siempre ha estado mejora definida, pues la de entrada siempre se notaba muy borrosa, y ahora, más que eso, está como… resbalosa. Aunque no me considero una persona odiosa o antipática (así como me suelen considerar, y que hasta bonito me parece, porque amo como me prejuzgan y poder regocijarme en la estupidez de la gente ¡maravilloso! Y no es un sarcasmo, en serio me parece algo bonito, porque constituye observación social, constituye experiencia, y eso es lo que más me gusta de mi vida), es cierto que he cerrado muchísimo las puertas a la gente. Antes me gustaba agradar, y era parte de mi diario vivir el querer ser aceptada y todo eso… el no ser rechazada (ha sido, o fue el monstruo más grande de toda mi vida, desde que tengo memoria). Ahora me importa un soberano pepino (por no decir una expresión más agradable y grosera que me encanta) agradar o encajar en ningún lugar. No es una opción mediocre ni por descarte. Simplemente me siento feliz en mi mundo. En mi diferencia; bajo mis propias reglas. Llámenlo como quieran; si les gusta: en mi enfermedad. Pero, por favor, déjenme en paz J

Creo, por tanto, que la conflictividad interna que tenía conmigo misma se ha ido reduciendo en un porcentaje enorme. Pasaron los meses y la gente (la que me quiera, el resto me vale una m*erda), aprendió a tolerarme tal y como soy… aunque es cierto que a veces les cuesta trabajo. Mi inestabilidad emocional es difícil, y siempre lo será. Los cambios abruptos y todo ello siempre da lugar a que, ocasionalmente, haya una que otra molestia. Pero, sinceramente, hago lo posible para tratar de no molestar a nadie. Al respecto, una de las novedades personales que tengo es que, después de 7 años de medicación, decidí dejarla. Es una parte de mi declaración de independencia. Además, le declaré la guerra a la psiquiatría, por ser una disciplina enteramente subjetiva y etiquetar a la diferencia humana como enfermedad para mantener una especie de control social. Y yo no estoy dentro de los iguales, pero tampoco soy una enferma. Al carajo los diagnósticos. Yo soy quien soy y no me importa. Fue un proceso duro… por alguna razón mi cuerpo generó dependencia a un medicamento que no la genera normalmente, y me costó mucho trabajo salir de ahí. Pero lo hice. Y recibí regaños de los médicos por la inconveniencia de mi decisión, pues se supone que mi tratamiento tiene que ser, nada más y nada menos, de por vida. Y duré dos meses manejándolo a mi modo, sin uno sólo calmante externo más que mi propia voluntad; llorando uno que otro río a ratos y soltando toda la alegría que podía, cuando así era liberador para mí. Estaba muy feliz. Pero finalmente… hace una semana aproximadamente, por consejo de mi familia y de varios profesionales, tuve que volver a entrar en ello. Dosis baja, en suposición. Pero no puedo arriesgarme a seguir estudiando y correr el riesgo de una recaída. Recaída significa hospital. Hospital significa perder el semestre. Perder el semestre significa perder el dinero. Perder el semestre significa no graduarme pronto. Y debido a que la recuperación es lenta, será mucho tiempo que perderé en mi búsqueda de trabajo. Todos estos factores me llevarían a una depresión enorme y a mayor medicación. Tuve que hacerlo. Por ahora, seis meses más de esclavitud. Lloré impresionantemente por tener que tomar esa decisión, pero necesito prevenir un riesgo sumamente grande y que sería totalmente destructivo para mí y mis planes a futuro. A veces hay que sacrificarse un poco…

Como iba diciendo, con los meses cambiaron las cosas. A mitad de año tuve la noticia de que, afortunadamente, iba a recibir mi grado como abogada. Eso significaba también que podría seguir estudiando mi maestría. ¿Qué mejor noticia? La  alegría me embargaba y, ni decir a mis seres queridos. Fue un viaje supremamente largo y duro para todos nosotros. Demasiadas tristezas, esfuerzos y lágrimas en ese recorrido. Me vieron sufrir y sufrieron conmigo. Me vieron ser rescatada del fin de mis días, y ellos me rescataron también, y me ayudaron a volver a vivir. Y a vivir de una manera más bonita que antes. Ya no bebo. He tomado una opción de vida casi que abstemia. Por mi salud y por decisión personal. Me gustan los retos, me gusta lo que realmente significa algo importante. Es fácil emborracharse hasta perder la cabeza, y seguirlo haciendo tres días seguidos. Es difícil apartarse de ello y aprender a pasar una buena farra con uno mismo, sin necesidad de estimulantes externos. Aprender a vivir conscientemente es mi opción de vida, y me encanta. No voy a decir que no me gusta tomarme un vino (porque es una delicia) ¡o una deliciosa cerveza helada! Pero de ahí a perder la cabeza hay un enorme trecho y un resultado que no apetezco.


Así, después de 6 años (que, finalmente, no fueron mucho tiempo, comparado con el recorrido tan tenaz que tuve) obtuve mi título. Seguí sorteando las dificultades y manejando mi novedosa personalidad con un poco de extrañeza, pero con todo el poder que tenía. Seguí estudiando, y lo hice considerablemente mejor a como me resultó el semestre anterior. El núcleo de mi vida se ha ‘reducido’ (valga la expresión, no es por desprecio) a la academia. Actualmente trabajo empeñadamente en mi tesis, en una publicación para el año próximo, y en varios artículos para revistas especializadas. La literatura sigue alentándome, pero la producción de este año fue pésima. La lectura también quedó un poco abandonada, pues ahora mi campo de interés ha crecido enormemente hacia mis estudios (se nota el avance), y es que, ¡qué bonito es amar lo que uno hace! Y amar lo que uno tiene, y lo que uno es. Y no tener la necesidad de andar gritando a los cuatro vientos mis éxitos, mis logros. Porque soy simplemente lo que ustedes pueden ver, o lo que puedan imaginar quienes se detengan a ver este pequeño repertorio. No me interesa parecer una persona inalcanzable o inmaculada, ni la más estudiada ni la más perfecta. Solamente un ser humano como cada uno de ustedes, con sus errores y sus aciertos, con sus anhelos y sus fracasos. Es lo que somos y lo que siempre seremos, y la ilusión es por lo que siempre viviremos. ¡No olvidemos alentarla cada día de nuestras vidas! 




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