...que un día me acosté con tu recuerdo
y desde entonces me levanto en medio de un
charco de cenizas,
como si hubiera dormido sobre un fuego
carnívoro del tiempo.
Baluarte - Elvira Sastre
Saludo nuevamente, de forma libre. No sé si lamento o adoro la
sentimentalidad que me da la época de fin de año. Sé que para muchos puede ser
genial plantearse metas y objetivos pero para mí no es precisamente así. No soy
solamente un ogro que todo lo ve de manera sucia y despreciable, sino que
simplemente suelo criticar un poquito (más) casa cosa. Como decía respecto a la
navidad, también eso aplica para las fiestas del 31 de diciembre. Un par de
propósitos de salud, alegría y éxitos para todos, abrazos, besos y demás.
Levantarse unos tres días con esa actitud de lucha y de ‘voy a conseguir lo que
me propuse’, y darse cuenta de que en una semana todo volvió a ser igual. Y
como que no nació el niño Jesús, y quedaste endeudado hasta la madre y ahora
debes trabajar el doble para pagar, o abstenerte de diversión un par de meses
para salir del rollo. Y lo mismo con el año nuevo: parece que las uvas que te
comiste tal vez estaban en mediana descomposición porque los deseos empezaron
ya a quedarse cortos.
¿Y qué puedo decir yo? ¡Basura! Porque todo pertenece a la pereza humana
y al maldito idealismo de creer que las cosas se hacen realidad por una leve
esperanza o una débil ilusión. Si sabemos que la vida no es así, ¿por qué
adquirir ilusiones patéticas? Yo soy una fiel seguidora del sueño y la ilusión,
y lo defiendo a capa y a espada, pero del REAL. No del ‘amor perfecto’ que sale
de una película de Disney. Porque no es perfecto; porque vivir feliz para
siempre es absurdo. Porque el amor perfecto es el amor que contiene todas las
luchas, todas las tristezas, las desgracias; el vivir cada día aguantándose al
otro (aunque suene mal) y gozando con cada uno de sus pequeños detalles. No
necesariamente esperando un ramo de flores, ni una serenata. Una sonrisa todos
los días es suficiente… es necesaria. Saber que la otra persona está allí, con
sus errores, sus alegrías, sus tristezas, sus maravillas. ¿No es eso un amor
perfecto? Saberse amado en su totalidad y saber amar en la misma. Es a ese sucio
idealismo al que culpo de que tantas relaciones fracasen hoy en día, y hasta de
tantos embarazos prematuros. Al primer: ‘te amo, eres la persona más hermosa
que he conocido en mi vida’, o frasecitas baratas como esas, dictadas a dos o
tres meses de relación, resulta que siempre sale alguien lastimado. Uno, dos, o
más, pero salen lastimados. De 5, de 13,
de 17, de 20, de 50, pero salen lastimados. Comprometerse a amar a una persona
no es comprometerse a hacerle el amor todas las noches y producirle un orgasmo
para al otro día mirarlo con cara de asco, llenarle de insultos y resaltar
todos sus hermosos defectos desde la primera hora del día hasta la noche, y si
es posible también en la madrugada. ¿Para qué, para qué carajo te vas a
comprometer a pasar el resto de tu vida con alguien, para qué le vas a jurar
amor sólo a él/ella si no tienes la intención, o si no vas a ser capaz? Puede
que haya personas que se recuperen en una semana de una ruptura amorosa, sea
noviazgo, matrimonio o relación abierta de cualquier tipo. Pero ha vemos otros
que hacemos parte del desgraciado grupo al que se le abre el corazón en mil
pedazos y le sangra cada vez que llora, cada vez que le recuerda. Y dura años
en curarse, muchos años. Y las cicatrices quedan, y aunque no se ven bonitas,
constituyen un hermoso recuerdo cuando uno finalmente lo supera y dice con
orgullo: ‘yo lo daba todo por él/ella, ahora entiendo lo que es el amor’.
Y, precisamente al venir por esta rama (porque me encantan las ramas,
sobre todo las que tienen nidos, pajaritos, hojas grandes y pequeñas, y que a
veces hasta amenazan con romperse y llevarme en un segundo al suelo), recuerdo
que hace unos 8 años ya, siendo principiante con las letras, aunque lo
suficientemente madura para hacer escritos contundentes, hice un texto para una
gran amiga en aquellos tiempos, para ayudarle a superar una ruptura amorosa; me
dolía mucho verle en ese estado, y no era lo suficientemente expresiva para
ayudarle a superar su dolor (la gente siempre requiere abrazos, cariños, y
cosas por el estilo que yo no tengo en cantidad). Así que le di ese pequeño
regalo, que fue a su vez especial para otras personas que pasaban por la misma
situación. Hoy en día estoy haciendo este pequeño escrito en memoria mía y de
mi corazón roto, aplastado, destruido, asfixiado; pero a su vez altivo,
orgulloso, y cada día más grande y más valiente, y a su vez, el de otras
personas que han pasado por duras situaciones y han sabido salir con su corazón
puro e invicto. Creo que así deben ser los soldados en guerra. Pasan por
terribles situaciones y, si tienen la fortuna de volver a su patria, a su
hogar, estarán orgullosos de contar a sus hijos, a sus nietos, y a todo el que
se interese, el motivo por el cual cuentan con heridas que han desfigurado la
armonía de su cuerpo, o han hecho más difíciles las acciones que, para
cualquier otro, son comunes y corrientes.
En el momento presente, que por fortuna y por desgracia es fugaz, me
enorgullezco al decirles que soy feliz. Resalto: frente al momento presente.
Esto no liga de ninguna manera a mi futuro, y no sé de qué manera se relacione
directamente con mi pasado. El tiempo no constituye los acontecimientos con su
simple devenir, pues se requiere de la voluntad y la experiencia de la persona
para hacer de los hechos infortunados o propicios. A la vez, cabe decir que no
todos los hechos son percibidos de igual manera por cada persona. Así como a
algunas personas detestan el brócoli, hay otras que pueden comerlo sin sentir
agrado, y hay otras para las que constituya una verdadera delicia. Asimismo,
hay personas que son más sensibles al rechazo que otras; hay algunas personas
que viven del qué dirán y buscan deslumbrar, así como hay otras que prefieren
la humildad y la reserva. En algunos casos son modos de vida, en otros, son
predisposiciones anímicas o hasta naturales. Por tanto el prejuzgamiento me
parece un camino sumamente erróneo. Mi lector recordará experiencias personales
en las que le hayan subestimado por no contar con determinada habilidad o con
algún conocimiento. Bien sabemos que no es parte de nuestra voluntad el
incurrir en ello, y sabemos igualmente (o tenemos que saber) que esto no nos
demerita como personas en ningún sentido, aunque así nos lo quieran hacer ver
ocasionalmente. Somos juzgados por hablar (fastidioso), por no hablar (tímido);
por agradecer (‘lambón’), por no agradecer (maleducado); por beber (borracho),
por no beber (aburrido); por salir (vagabundo), por no salir (retraído). Las
etiquetas son infinitas, y más que quejarnos por ello, debemos estar preparados
para soportarlo y no dejarnos afectar.
Volviendo al núcleo del asunto, de mi felicidad al momento actual y de
la relatividad del tiempo, les narro, mis queridos lectores, que una nostalgia
y una tristeza excepcional me asedian. Ahora. No me sucedía ayer, y espero que
tampoco mañana (pero sé que así será el 31 de diciembre porque lo volveré a
recordar, y lloraré así no quiera y sentiré una mezcla de sentimientos que me
es siempre tan preciada, y, lamentablemente, hasta vergonzosa). A veces no
entiendo por qué la he embarrado tanto en la vida. He sido tan paciente, tan
ilusa, tan confiada, tan dependiente… ¡tan ridícula! He llegado a la conclusión
de que uno se busca lo que se merece. Aunque, sinceramente, creo que la vida se
ha encargado de ser extrema en mi caso (tal vez estoy hecha de un material muy
resistente). No sé cómo justificar el hecho de haber confiado en una persona
sin conocerla. No sé cómo explicarme el hecho de haber permitido que mi
dignidad se desapareciera en pos de buscar un amor que no existía. Recaí en un
idealismo extraño, fuera del común, pero aun así estúpido. ¡El ‘creer’ en una
persona constituye un riesgo demasiado fuerte! Si a veces es hasta difícil
creer en uno mismo, ¿cómo creer en una persona de la cual no conoces ni el 10%
de su historia? Yo también caí. Me dejé engañar por una cara bonita y a los
tres meses de un ‘me gustaría poder pasar el resto de mi vida contigo; eres tan
hermosa, tan perfecta… la mujer que pensé que nunca sería posible encontrar’.
Es que el encaprichamiento es una cosa brutal, y sobre todo si uno se mete con
una persona que tenga dotes de buen hablador. Y, como no todo puede ser fatal,
y no todo en los demás es tan terrible, a veces las mentiras se vuelven
verdaderas. Y con el tiempo uno se encariña más con los actos que con las
palabras. Claro, estas no dejan de ser un plus, porque, al menos uno de mujer
(no sé cómo será el asunto con los hombres, porque he tratado de dilucidarlo
pero se muestran muy reservados a confiarlo) tiende a derretirse lentamente
después de que le hacen un cumplido tierno y bonito… yo estoy acostumbrada a
quedar deshecha por el piso después de unas palabras bien dichas (y no de
tristeza, claro está), aunque, por alguna razón desconocida, el tiempo me ha
hecho un poco fría, pero trato de resistirme a ello para que no me signifique
una dificultad. Como decía, luego fueron los actos los que terminaron
mostrándome que era una buena opción haber confiado. Saber de una persona que
vivía en sentimientos similares a los mismos, y que por tanto conocía mi mundo,
era un punto muy a favor. Saber que era una persona que no me criticaría por
mis sentimientos ni mis emociones, porque entendía perfectamente que eran
reales; que no me las producía por capricho, que no venían cuando yo las
llamaba, sino cuando ellas quisieran. Él también lo sentía. No tan fuerte ni
tan frecuentemente como yo, pero vivía ese mundo. Ambos habíamos llegado a
tocar fondo, y sabíamos lo que se sentía ese horrible hueco, y lo que
significaba el volver a levantarse, y entonces tratar de mantener la mirada lo
más alto posible, y los sueños por encima de todas las nubes, para no tener que
volver a perderse en aquellos pasados espantosos… esos que todos se negaban a
entender. El hecho de sentir que nunca sería juzgada por él, me daba un enrome
respiro porque al fin tendría alguien que entendería, incluso sin hablarle.
Y pasó un tiempo maravilloso de añoranzas, de alegrías y de sueños
indescriptibles. La felicidad era mía: yo hacía la felicidad. Así como yo hacía
la tristeza cuando sentía que algo malo pasaba con él: tal vez que estaba
distante, nervioso; tal vez impaciente, melancólico; tal vez cuando sentía que
en su alma había algo que yo no podía descifrar. Y, la tristeza era
inicialmente suya, pero se convertía también en mía, y llegaba a veces a
atormentarme más que a él. Y, no sé si tengo cierto instinto adicional en mi
humanidad, pero entonces sentí que había algo que no encajaba. Y pensaba,
analizaba… reunía hechos, palabras, acciones. Algo no estaba bien, y ese algo
no era yo.
Indefectiblemente, preferí no hablar porque no tenía pruebas fehacientes
de que en realidad algo malo sucedía. Hasta llegué a acusarme de padecer
simplemente alguna psicosis pasajera a causa del estrés o de la tristeza, pues
por estos tiempos mi situación médica empeoraba bastante, así que no sería raro
que mi cabeza estuviera inventando todo y tratando de dañar mis sentimientos y
aplastar mi relación, como ya estaba acostumbrada a que sucediera. Siguieron
existiendo muestras de afecto ilimitadas, el mismo ‘amor’ y la misma ternura a
la que estaba ya acostumbrada (y no por ser costumbre era algo malo, pues este
es el éxito de esas acciones, siempre y cuando no se pierda la intención ni el
buen recibimiento). Flores, notas, canciones… todas esas cositas que son
siempre tan impresionantes y que impactan el corazón de una persona sensible. Pero
ya no podía más… ya era tarde. Y no era mi culpa, pero tampoco era culpa de él.
Se acabó. Se venía acabando pero tuve que ponerle pronto un final
definitivo para acortar los sufrimientos: el mío, porque estaba dando fin a
algo en lo que vi un futuro eterno; el suyo, porque yo tenía una duda de esas
que matan el alma, y él no podía seguir amándome mientras yo no pudiera obtener
una respuesta.
Recibí una despedida inesperada, como de esas de adolescente indignado: ‘no
te quiero volver a ver, déjame en paz’. Para una persona adulta me pareció
bastante patético, pero finalmente me dolió, pues pensé que sería más
reflexivo. Perdí todo contacto con él. Siguiendo su instinto adolescente (pues
lo hizo por orgullo solamente), me eliminó de todas sus redes sociales,
claramente. Los adolescentes no quieren ver a sus novias otra vez en la red
(aunque pueden actuar como stalkers). Pasó pronto, lo admito, puesto que para
mí había empezado a morir más pronto. Y lo hubiera dado por terminado antes,
pero siempre existía en mí una pequeña esperancita de poder saber qué estaba
sucediendo, pero no lo logré.
Asimismo, meses después recibí una llamada. Y meses después, otra. Lo
mismo. Y muy desconcertante y evidentemente desgarrador para mí. Después de dar
paso a la ‘dignidad’, volví finalmente a verlo librado de ésta. Sus palabras no
puedo revelarlas, mas sí puedo decirles que, al final, su voz siempre se
entrecortaba y era fácil determinar que lloraba. Yo quedaba paralizada. Con un
nudo en el corazón y en la garganta. Incluso, en este preciso momento estoy
sintiendo esa misma sensación. Me duele el pecho. Me tiemblan las manos y estoy
fría. Otros meses después estuve más fría aun. Por desgracias de la vida conocí
la noticia de que su vida se había terminado. Sí, ahora era habitante de otro
universo… se había ido ya de aquí. Y se retorció mi alma y mi corazón y mi cuerpo
también al saberlo. No me fue concedido el deseo de verlo y darle un abrazo; de
verlo a la cara. Ahora era un hecho que este sería solo un deseo que nunca se
cumpliría, nunca, en todos los años,
pocos o muchos que me quedaran de vida. Y eso me partía el corazón, porque yo
estaba sinceramente agradecida por su presencia en mi existencia, y por lo que
llegó a significar para mí a pesar de como finalizó la historia. Y fue entonces
cuando encontré una razón para poner entre comillas el amor, como ven a lo
largo del escrito. No me es dado decirles el cómo, pero finalmente descubrí que
yo no era el ‘amor’. Que, si lo fui, lo fui a escondidas. Que, si yo era la
mujer soñada, había otra que estaba estropeando aquel idilio. Había otra mujer,
otra que era ‘oficial’. Y yo no lo era. Nunca lo había sido, y nunca me había
dado a la tarea de fijarme en ello. Pero es que no soy persona de desconfianzas,
y cuando las hay, ya no puedo seguir siendo la misma persona. No creo que fuera
un sexto sentido, pero simplemente uno aprende a percibir a las personas en
cada uno de sus detalles, de sus gestos, de sus armonías y desarmonías, y
precisamente por ello, supongo, fue que al final terminé por tomar la decisión
de claudicar, aunque pareciera poco digno. Y mi duelo fue entre tristeza por su
partida y decepción por su traición. No podía creer ni una ni otra cosa:
posiblemente estaba soñando otra vez y podría despertarme y ver que todo era ‘normal’
(a veces creo que abuso de las comillas).
Nada más digno que saber que era real. Y tener que tragarme esa pena que
nadie quería escuchar. Mi madre fue un buen apoyo, claro… pero ella no sabe
sino la mitad de la historia. Quienes me conocieron enamorada y viviendo mi
vida en pos de ese sueño, partieron (o fueron expulsados) en ese lapso, y no
tuve entonces a quien contarle el final de la historia, ni de quien esperar un
firme abrazo de consuelo. Degustar amores dulces y tragar penas amargas: para
eso estaba hecho mi corazón. No para medias tintas, nunca. Puedo verme como una
persona extremista por mi forma de pensar, por mis acciones, por la narración
silente de mi vida, pero no puedo y no tengo un propósito de cambio. Ese es el
sabor de mi existencia, es la inspiración de mis letras. Es la salida sonora de
mis enmarañados pensamientos, de mis lágrimas perdidas y mis sonrisas calladas.
Es esta una de las historias que puedo contarles, y que merece ser
contada. No me reclamarán violación a la privacidad porque ahora es un
patrimonio que me pertenece exclusivamente, pero igualmente traté de ser lo más
respetuosa posible, y conservar la abstracción para no develarme sobremanera. A
él le hice muchos pequeños homenajes; este blog está lleno de ellos. Por él mi bolígrafo escribió hasta altas
horas de la noche, y mi inspiración sufrió un avance hermoso hacia ese campo
inagotable del amor. Sin comillas. El amor que se busca y se espera en realidad
es el que se hace todos los días; del que uno nunca se arrepiente. El que sabe
que el pasado existió; que puede llorar con él, pero que no por ello arruina su
presente ni ve derrotado su futuro, sino que, al contrario, imagina para él aún
más grandes maravillas, puesto que, entre más hondo ha sido el abismo, el cielo
se hace más grande y cercano. Porque el temor a las heridas y a las derrotas se
pierde al final de cada batalla.
Victoria y muerte del cónsul Decio Mus en batalla - Peter Paul Rubens (1617) |
Posdata: terminando el discurso introductorio, no les deseo un feliz
año, mis queridos lectores. Les deseo un
año lleno de oportunidades para avanzar, para luchar, para conocerse a ustedes
mismos y, con madurez, estar preparados para cada prueba que les traiga la
vida. No necesariamente les deseo felicidad, pero les deseo sí satisfacción y
orgullo para avanzar después de cada tropiezo y angustia que se presenten en
sus vidas. Al fin y al cabo, estamos hechos de ello y para ello. La felicidad
no viene en un empaque de regalo. Preparen sus espadas, pongan la frente en
alto, y luchen por tan preciado tesoro, con la inmensa maravilla que en sí
significan sus vidas.
gracias por esto. me parece que yo siento muchas cosas en la misma manera.
ResponderBorrarTengo yo a ti que agradecer, primero por haberte tomado el tiempo en la lectura y, segundo, porque me agrada saber que alguien se ha sentido o se siente como yo... :) Es lo que me hace saber que esto vale la pena.
BorrarIgualmente, cuando desees charlar, estaré en disposición. Un abrazo.