Hace unos días estuve ojeando mi producción literaria en general. No pensaba que hubiese escrito tanto, y me enorgullece, aunque me entristece haber perdido tantos textos y haber tirado tantos otros (y no explicaré las razones por las que decidí hacerlo en aquel tiempo). Simplemente, se me ocurrió la idea de hacerles unas mínimas correcciones de estilo a los textos más sobresalientes para compartirlos con ustedes, tarea que iré trabajando tanto aquí en La telaraña como en Lírica Bizarra, pues representan partes importantes de mi vida que, a su vez, pueden ser útiles para ustedes, o al menos medianamente interesantes.El día de hoy compartiré mi primer texto. Es cosa bastante importante para un escritor recordar el primer escrito consumado, y esas extrañas alimañas que invadieron mi estómago cuando llegó ese primer y tan anhelado 'fin'. Bueno, para ubicarles en el tiempo y el espacio, para ese tiempo contaba yo con 16 años; adolescente inconforme y descubriendo apenas sus problemas con la depresión y con la misma sociedad, puesto que no deseaba absolutamente nada más que alejarme del asco y la tristeza que todos me producían. He aquí una dedicatoria a ellos, a lo que sentía yo por los demás. Anímense a darle un vistazo y luego continuaremos con la evolución... Muchas gracias (de mi pasado-yo y de mi yo-actual) y espero que les guste. Se titula 'Castigo Eterno'.
Es esta la primera vez que he deseado
hablar sinceramente de mi existencia. Es la primera vez que siento una horrible
compasión por aquellos seres humanos que se habitúan al yugo mundano y, como
ratas, se alimentan de la basura que tienen a su alcance… se deleitan
únicamente con la porquería que este les ofrece. Muchas personas evitan nombrar
la muerte queriendo eliminarla de su realidad, sabiendo que, en el momento más
indicado, ella será guiada por el patetismo que proyecta el hombre común y se
saboreará de la ridiculez que se engendra dentro de sus almas. A medida que
pasa el tiempo, hay más almas involucradas en aquel mortuorio festín; cada vez
hay más almas reunidas en torno al castigo eterno.
Lo que yo piense, para ustedes poco o nada
significará, pues ya no hablo desde una vida verdadera, hablo sabiendo que la
podredumbre de mi alma me inundará hasta que encuentre alguna salida. Para mí,
esto es un amargo recuerdo, un único recuerdo, es mi vida, es la única vida que
tuve. Es un anhelo de vida y un sueño de muerte.
No me molestaré en relatarles mi vida —si
se me permite llamarla así—, y si lo hiciese, no hallaría nada memorable en
ella. Fue siempre igual, siempre llena de vicios, de lujos innecesarios, de
alegrías decepcionantes, de rutinas ambiciosas… todo sin recompensa alguna.
Todo lo que me fue otorgado para conseguir mi felicidad el día de mi concepción
se echó a perder, me entregué únicamente al placer sin guardar pasión ni
conciencia alguna, aún así, pretendiendo tener poder absoluto sobre todas las
cosas. Sí, así fue, sobre todas las cosas sin excepción alguna. Nunca guardé
cuidado en agregar algún carácter a mis palabras, pues todas iban dirigidas a
la consecución de sucios intereses. Había declarado una guerra a la vida y a la
muerte, pero sin involucrarlas en mi grotesca megalomanía.
Gustoso les mencionaría mi muerte, pero
esta no se ha compadecido de mí aún, y tal vez nunca lo haga. Ya sabido este
hecho, me dispongo a relatar el momento en el que mi existencia tuvo por fin un
valor. Descubrí un sentido que no quise encontrar, pero era necesario
comprenderlo.
Recuerdo haber experimentado un extraño
presentimiento, como si alguien me estuviese observando, como si detallara cada
uno de mis movimientos; como si, sin esfuerzo alguno, aquel ser se introdujera
en mi mente y descubriera el vacío y la indiferencia que reinaban en mis
entrañas.
“Los presentimientos son cosa de locos. Una
persona como yo sólo se guía por lo que es importante”, decía yo constantemente,
considerándome sabio por mi supuesta experiencia y aquella forma de vivir la
vida. Mi observador lo sabía perfectamente, y siempre se había burlado de mi
falta de sentido común. Ahora yo deseaba mostrarle a aquella invención
imaginaria que él era sólo una falsa entelequia de mi conciencia. Me dispuse a
dormir, presumiendo que el agotamiento atraía todas aquellas ideas a mi mente,
y no podía permitirlo. Como signo de falso convencimiento, y para defender la
hipocresía que me había distinguido, me reía nuevamente de la muerte creyendo
ser impune a ella. Me incorporé, y mi cuerpo no volvió a ver el mundo jamás.
Un extraño sueño envolvió mi cabeza. En
éste se presentaba mi pasado con dolor y desprecio, abrumándome y comprobando
lo que sentían las verdaderas almas al toparse con un inepto de mi calaña y,
por primera vez, sentí un hondo arrepentimiento. Me enteré de que la vida podía
tener fundamento alguno. Entre más recordaba, más incómodo me sentía, y la
desdicha me invadía acechando cada rincón, marcándolo con la suciedad recogida
a lo largo de mi vida. Era yo el ser más mísero que haya existido, el mundo
desperdició mi alma sabiendo que ésta era obra de la mano de Dios, pero
finalmente, el mundo no tuvo la culpa, ésta me la atribuyo a mí mismo porque yo
era el único que podía decidir por mí… viví como me lo propuse, el mundo hizo
su tarea. El cielo y el infierno me han abandonado, y lo merezco. Extrañas figuras se proyectaban
indefinidamente de acuerdo a las impresiones que impactaron mi mente. No me fue
posible diferenciar la imaginación de la realidad. Nunca nadie sabrá quién fue
el artífice de aquel inexplicable delirio; tampoco si fue causa de mis agonías
o si realmente sucedió.
No guardo la esperanza de conocer aquello
en algún momento, y no debería interesarme, pues, ¿para qué descubrir algo que
ya no puedo remediar? Algo perteneciente a mi pasado… no me serviría de nada
conocerlo. Admito que la curiosidad es la que me lleva a querer averiguarlo,
quisiera ver la situación desde un ángulo diferente, pero estoy sumido en mi
ser y de aquí no puedo escapar. Solo intentaré habituar los hechos a mi
deplorable rutina, si es que saldré con suerte,
pidiendo que desaparezca de una vez por todas y rogando que aquí se
quede. Si desapareciese definitivamente hallaría una calma entera, mis ataduras
se destruirían automáticamente, aunque el temor se apodera de mi mente y mi
alma se ve obligada a aceptar que el día en el que mi rutina llegue a su fin,
mi vida estará forzada a esfumarse. De ahí ese ridículo miedo a la muerte, y
por más patético que sea no podré liberarme de éste, prefería vivir eternamente
a pensar en la idea de que la muerte tuviera que venir por mí algún día.
Un horrible alarido surgió de mi interior y
fue disminuyendo a medida que los segundos envolvían mi ser y me condenaban a
pasar por una eternidad en cada uno de ellos. Así para mi alma hayan
representado tal sinfín, para el mundo constituyeron no más de un minuto,
minuto que se convirtió en el más largo de mi vida, que anunciaba ya mi fin y
me mostraba sin querer mi cobardía, que me llevó al pasado y me dio un leve
recorrido por el futuro, si es que así puedo llamarlo. Y yo mantenía firme la
ridícula idea de recuperar mi estado normal para encontrar una salida a aquel
extraño infierno y continuar con la inútil existencia a la que estaba
acostumbrado.
Mi desesperado grito se acabó luego de
luchar contra el temor que me invadía. Ahora sólo era un sollozo que a
cualquiera llenaría de angustia. Pero fui perdiendo la voz hasta caer en un
profundo sueño, estuve paralizado completamente durante algún tiempo. Al
despertar me llenó de esperanza el haber recuperado un poco de sensibilidad
corporal, aunque lo que no me agradaba del todo era el sentir que un temblor
incontrolable recorría mi persona, y poco tiempo después apreciaba un sudor
frío acompañado de dolor, cada vez menos tolerable, aunque casi imperceptible.
Sentí como la razón regresaba a mi persona y me decía que no había de qué
preocuparse, que aquellos síntomas se debían a mi debilidad, y me consoló la
idea de que cesarían cuando recuperara por completo la normalidad de mis sentidos corporales.
Pude haber muerto allí, pero la idea de
esperar la llegada de un espíritu tan oscuro al cual había temido desde tiempos
inmemorables en mi existencia, no me complacía enteramente. Hallé fuerzas en el
último rincón de mis entrañas para no dejarme vencer por el miedo, y empecé a
recuperar un poco de movilidad en mis extremidades.
Iba desentumiendo mi corporeidad lentamente
para no agotarme con los esfuerzos infructuosos que me obligaban a movilizarme,
y aquel insoportable dolor se hacia cada vez más insistente. Me encontraba en
una situación delicada: mi energía liberaba sus últimas reservas y la terrible
idea de rendirme ante la muerte se me presentaba con mayor frecuencia.
Este dilema recorría los estrechos senderos
de mi conciencia cuando un estruendo infernal me despertó instantáneamente. Fue
tan profundo y tan aterrador que rescató a mi cuerpo de la quietud que de él se
había apoderado. Finalmente, sin saber cómo, me hallaba de pie, y algunos rayos
débiles proyectaban una luz espectral, llevando una esencia aún más aterradora.
Era tan impactante que mis sentidos olvidaron de momento el dolor para
dedicarse a indagar acerca del ambiente que me rodeaba. ¡Cuánto anhelo devolver
el tiempo para no haber pronunciado las palabras que instituyeron mi despiadada
condena!
Aquel extraordinario paisaje se moldeaba
ante mis ojos como un infinito campo sin desniveles en su terreno, sin límites
en toda su grandeza; iluminado por una resplandeciente neblina roja que
dificultaba mi escasa respiración. Toda su vasta extensión estaba cubierta por
extraños desechos putrefactos, algo realmente horroroso, además de varias
siluetas que sobresalían por su oscuridad, pero no logré reconocer lo que en sí
eran estas.
En ese instante, el dolor retornó a mi
mente y mi reacción fue observarme para distinguir alguna alteración en mi
corporeidad y, ¡oh! ¡Que terrible infortunio! ¡Sólo el destino conoce qué
desalmado ser me predispuso a la agonía de esta forma! Mi cuerpo se encontraba
completamente desollado. A lo que antes había calificado como un simple “sudor frío”,
era, desgraciadamente, la sangre recorriéndome de extremo a extremo. El hecho
de haber observado mi sombría realidad hizo que mi dolor fuera completamente
inaguantable. Mis venas sobresalían cada vez más de la carne que me envolvía;
el desgraciado verdugo que se deleitó en el acto de mi tortura dejó algunos
hoyuelos mal formados en mi abdomen, unos más notables que otros, dando la
impresión de que hubiera extraído alguno de mis órganos, y las partes que de mí
había desechado el asesino, junto con los restos de mi antigua piel y la de un
incontable número de seres, constituían ahora la basura que adornaba la
superficie de aquel perfectísimo infierno.
Todas esas imágenes y sentimientos reunidos
paralizaron mi atemorizado corazón, y, aún así, increíblemente, después de tan
fatal sufrimiento, conservaba la firme idea de aguardar mi vida por encima de
todas las cosas…
¡Ah! ¡Necio pensamiento! Ahora soy testigo
de una infinidad de atrocidades al afirmar que el miedo es el asesino de la
razón. La ineptitud me hizo presa de un eterno castigo, y ahora me encuentro
sufriendo por nunca haber pensado en el verdadero sentido de mis palabras; por
haberme resguardado en una supuesta superioridad y no haberme arriesgado a
cuestionar los argumentos que acompañaron a mi vida desde la infancia; por la
cobardía que me llevó a suplantar mi realidad por una absurda utopía.
No tuve la capacidad de retener aquellas
decepcionantes ideas por la fuerza de su colisión con mi entendimiento,
entonces recurrí a gritar proclamando frases sin sentido alguno, probablemente
por la cantidad de pensamientos que me abrumaban, formando en mi mente una
densa atmósfera de culpabilidad y arrepentimiento, que adquirirían un inmenso
parecido con la locura. De la maldición de aquellas palabras con un clamor
apenas entendible, recuerdo que pronuncié lo siguiente: ¡NO QUIERO MORIR!
Y ahí quedaron consignadas en la historia
las palabras que enviaron mi alma directamente a la cruel eternidad en la que
ahora perezco, o, peor aún, en la que permanezco en este limbo con esperanzas
hacia el fin de mi existencia. En mi vida nunca pude comprobar que las
palabras, al ser pronunciadas con tal voluntad, eran dueñas de tanta
grandiosidad. Nunca me dispuse a explorarme, mucho menos a cuestionarme.
Estaba completamente aturdido, sentía cómo
moría sin caer bajo la muerte, pero siendo dominado por ésta. Intenté avanzar
pero mis pies no lo permitían. Mi cuerpo se precipitó, cayendo sobre una enorme
daga que atravesó mi pecho. Mi sangre, negra y maldita, se derramaba haciendo
que mis venas se aferraran al suelo, al mismísimo suelo del infierno, en el que
seguiré deseando infructuosamente conseguir una salida, ya sea la vida o la muerte,
alguna que me libere de esta brutal opresión.
Ahora puedo darme cuenta de que mi vida
esculpe mi condena como una de sus obras maestras; mi fúnebre y patético paso
por el mundo no me enseñó a existir verdaderamente, y en este momento la muerte
se encarga de cumplir con esa labor, aunque nunca me lleve decididamente.